En el marco de la esencia de la vida, el cual es permanente, esencial, las condiciones de nuestro entorno experimentan un constante movimiento y cambios temporales, que son parte del proceso de nuestra evolución. Y si ello sucede en nuestro entorno, a de comprenderse que lo mismo ocurre con nosotros, tanto en lo material como en lo espiritual. En el terreno individual, en el caso singular de cada uno, nuestra caja o envoltura corpórea es el entorno de nuestro Yo interior más íntimo, el cual jamás permanece estático.
Ahora bien, si en el marco esencial de la vida todo cambia, tanto alrededor de nosotros así como en nuestro interior, necesitamos tener muy presente que no podemos cerrarnos a los signos que nos van mostrando los tiempos. Estos signos están ahí para ser leídos, o digamos interpretados, por nuestra capacidad de ser inteligentes. Y abarcan todos los terrenos de nuestra vida. ¿Acaso también el educativo? ¡Sí, por supuesto!
Hoy, ya no podemos entender a la educación desde los mismos paradigmas de hace 30 años. Al respecto, más que dar un ejemplo, me gustaría hacer una reflexión: Entonces, se pensaba que para educarse uno tenía que estar en el salón de clase. Sin embargo, en la actualidad me pregunto: ¿Si yo fuese estudiante, el salón de clase sería el mejor lugar para educarme? Y aunque no soy profesor, me vienen a la mente otras interrogantes que nacen de mis meditaciones, a partir de mi experiencia de vida.
Yo soy ciego de nacimiento, y me pregunto si es que se podría pensar y proyectar una educación de tipo holístico para quienes no contamos con el sentido de la vista. Resulta que hoy, se habla mucho de la educación inclusiva. Pero, en el fondo, esta no es muy distinta de lo que hace 30 años se conocía como integración. Yo también estudié la secundaria con chicas y chicos que veían, y también tuve apoyo de profesores que, por las tardes, me daban refuerzos. ¿Pero qué conseguí al final con eso de la integración o inclusión? Me gradué, sí, pero como un simple gran repetidor memorístico de lo que buenamente había podido asimilar de todo lo que había escuchado en clase, en medio de todo un grupo de gente que obtenía y asimilaba la mayor cantidad posible de información, mediante la vista como algo natural.
¿Los niños ciegos de hoy necesitan un tipo de educación que los prepare para alternar con los demás miembros de la sociedad? Sí, claro que sí. Sin embargo, eso no significa, y menos justifica que, para lograrlo, tengan que ser sentados en un aula, en medio de otros niños que ven, y que, por el hecho de ver, viven a otro ritmo, aprendiendo a otra velocidad, no necesariamente para recordar tal o cual capítulo de historia, o esta o aquella fórmula de matemáticas, para convertirla en el tema de alguna conversación inclusiva. La formación de los niños ciegos no es tan simple como eso, porque la ceguera, al hacerse presente, trastoca todos los campos de la vida de quienes la llevan, y entonces, demanda, exige un tratamiento especial. ¿Holístico?
Los pequeños que no ven requieren de una formación, que estimule la apertura de los sentidos que les quedan. El oído, el tacto, el olfato, requieren de un desarrollo orientado, en un modo terapéutico, porque la compensación sensorial no se da en forma automática-espontánea. Ello implica un tratamiento en grupos reducidos, aunque lo ideal sería que se diera en forma individual.
Conforme vaya abriendo sus sentidos, el niño ciego podrá irse conectando, también terapéuticamente, con su entorno, y podrá irse moviendo por él, para descubrirlo, luego que ha aprendido a tocar, oír, oler; pero primero que todo a respirar, para oxigenar su cerebro y mantener su mente limpia.
Hay algo que me gustaría decir: Los ciegos también tenemos derecho a aprender a sentir, a hacer y a pensar. ¿Podría la Educación Holística hacerse de un reto como este? Me gustaría creer que sí.
Lic. Luís Hernández.
Sociólogo
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